ATENCIÓN: esta historia contiene spoilers sobre la trilogía al completo. Es decir, si no te has leído hasta el último libro te vas a destripar media historia. Quedas avisad@
Había decidido cambiar mis mechas moradas por unas azules. Me miré en el espejo por última vez con un deje de fastidio. ¿Desde cuándo me preocupaba tanto mi aspecto? Es más, ¿desde cuándo me importaba siquiera lo que pudiera pensar un chico de mi? Chasqueé la lengua. Las botas militares seguían en mis pies, por supuesto, pero había sustituido el habitual uniforme de lino propicio para la magia, por algo más informal y más del estilo "Sadie". Llevaba un top blanco, unos vaqueros y una cazadora marrón. No es que fuera arreglada precisamente, pero tampoco iba como si fuera a lanzar hechizos a diestro y siniestro. Respiré hondo una vez más y salí de mi cuarto. Keops correteaba por el salón con mi hermano persiguiéndole los talones mientras trataba, inútilmente, de robarle a mi babuino favorito la pelota de baloncesto. Baloncesto, otra de esas palabras que terminaban en "o" y que le encantaban a Keops. Al escuchar mis pasos por las escaleras, Carter se giró y me miró.
-¿Dónde vas? -se inclinó hacia delante, apoyando las palmas de sus manos
sobre las rodillas para recuperar la respiración de tan arduo partido,
el cual probablemente él perdería. No se puede jugar contra un babuino
tan habilidoso.
-A dar una vuelta -me encogí de hombros, fingiendo indiferencia. -Ya
sabes, un paseo por los cementerios de buena mañana. Esos lugares me
traen buenas vibraciones. -sonrío de lado. Carter abre los ojos un
instante y forma una "o" con sus labios, que harían las delicias de
Keops. Parece que su bombillita se ha encendido y asiente, para después
encarar a su adversario y reanudar el combate deportivo.
Salí del Nomo con paso apresurado, más de lo que me gustaría. Pero yo no
tenía la culpa de que la emoción me carcomiera por dentro. ¿Acaso me he
vuelto débil ante esto? Puede ser. Pero tenía los sentimientos a flor
de piel y nada de lo que hiciera podría calmarlos. Juego con el colgante
de mi cuello entre mis dedos cuando tomo el metro por los pelos. Entro a
trompicones en el vagón y me apoyo sobre una de las paredes. Estoy
demasiado nerviosa como para querer sentarme. Esto me trae bastantes
recuerdos. Claro, que esta vez no me persigue ningún gorila gigante ni
ninguna mujer cuervo con intención de matarme. Tan solo soy una chica
normal (creo) usando el transporte público. Cuando anunciaron mi parada
(después de unos minutos que se me hicieron eternos), me adentré en la
marabunta de gente que salía a tropel por las puertas. Casi le pego un
codazo a una señora que se paró de golpe delante de mi y me hizo
tropezar.
Al fin, salí a calle. El aire cálido me revolvía el pelo y la sensación
era agradable. Eché a andar hasta el cementerio. Según me iba alejando
de la estación, el murmullo de gente se iba perdiendo y las avenidas
están más en silencio. Ese silencio se acentúa según me voy acercando al
lugar de encuentro. Me detengo entre las verjas, dubitativa. Está igual
que la última vez que lo visité. Bueno, sin la parte del gorila y la
mujer-cuervo asesinos. Empujo con suavidad la puerta metálica y entro.
No hemos quedado en un punto concreto, así que camino con lentitud entre
las lápidas con nombres medio borrados, a la espera de que él me
encuentre. Porque él siempre me encuentra. Siempre sabe dónde estoy.
Cómo estoy. Cuándo le necesito. Y bueno, aunque me cueste admitirlo,
suelo necesitarle bastante a menudo. Y no precisamente para que me saque
de algún problema. Eso he aprendido a hacerlo yo solita. Estoy tan
perdida en mis pensamientos, que el cosquilleo familiar de mi piel me
pasa desapercibido.
-¿Color azul? -su voz me sobresalta por la espalda. Me giro resuelta a
encararme a él por darme semejante susto. Pero claro, al verle frente a
frente cualquier palabra ofensiva se pierde por mi garganta.
Por los dioses, por qué tiene que ser tan malditamente sexy. Al igual
que yo, ha optado por una camiseta blanca y unos vaqueros. Y nada más.
Por supuesto, su camiseta ceñida que marca su maldito cuerpo sexy le
queda mucho mejor que a mi. Y sus malditos vaqueros sexys que dejan
entrever parte de la piel de su cadera también le quedan mejor.
Maldición, con una puñetera cortina de mi abuela alrededor de su cuerpo
también estaría malditamente sexy. En unos segundos soy consciente de
dos cosas, de que voy a borrar de la faz de la tierra las palabras
"maldito" y "sexy" como siga usándolas y de que me he quedado mirándole
embobada. Eso último lo sé por la sonrisa de suficiencia que se dibuja
en sus perfectos labios.
-Me has asustado. Podrías tener un poquito más de consideración. -me
cruzo de brazos en un intento de recuperar la compostura. Pero ya es
tarde, me ha visto medio babear por él y ese error nunca me lo
perdonaré.
-Lo siento. -esa estúpida y sensual sonrisa sigue coronando su boca y
creo que me estoy empezando a olvidar de cómo se respira. Creí que esta
etapa ya la tenía superada. Pero no. Se acerca hasta a mi con paso
ligero y alza una de sus manos para enredar un mechón azul entre sus
dedos. Respira, Sadie. Cómo demonios se respiraba, Sadie.
-Me gusta el azul. -comenta casual.
-A mi también, por eso lo uso. -respondo mordaz. Es una especie de
autodefensa para no mostrar que estoy a punto de derretirme. Y para no
decirle que "en verdad me encantaría hacerme mechas del precioso color
café de tus ojos pero claro, sobre mi pelo rubio no destacarían". Ni
muerta admitiría eso en voz alta.
-Tan irritante como siempre. -sonríe de lado y la parte de "no derretirme" se hace más insoportable de resistir.
-Oh, vamos, cállate. ¿Me has traído a una romántica velada en un
cementerio para decirme que soy irritante? Por si no lo sabías, tengo
cosas que hacer en casa como entrenar a ciertos alumnos que-
Y me besa. Oh, por Isis. Ahora sí que me he derretido. Envuelve sus
brazos delicadamente alrededor de mi cintura y me atrae hacia él,
besándome con suavidad. Es la única persona en este puñetero mundo que
tiene la capacidad de hacer que deje de parlotear. Y demonios, amo que
tenga esa capacidad.
-Sigues hablando demasiado. -susurra en mis labios cuando se separa de mi. ¿Por qué tienes que separarte de mi?
-Dos años han pasado y no has perdido tu habilidad cotorra. -ríe
ligeramente. -Aunque parece ser que he desarrollado técnicas efectivas
para impedir eso. -coloca con suavidad su dedo índice sobre mis labios
mientras me mira a los ojos. Vale, soy un charco. Confirmado.
-Tenemos pocos días al año para vernos y siempre recalcas lo irritante
que te resulto. -vuelvo a la carga. Pero mis opciones son, o mantenerme
con esta actitud o que sea demasiado evidente que mi cuerpo arde.
Comienza a andar a la parte central del cementerio y yo lo sigo,
sorteando lápidas. Le echaba de menos. Echaba de menos a Anubis. Sí, es
cierto que está en el cuerpo de Walt y que siempre está a mi lado de una
forma u otra. Pero eso no quita que no quiera estar solo con el dios.
Nunca pude dividir mi amor por ellos y el hecho de que por un lado Walt
no se fuera a morir y, por otro, estuviera fusionado con Anubis por lo
que no tenía por qué elegir, fue para mi una bendición. Sí, aunque al
principio me quejara y me enfadara con ellos. Pero con el tiempo me he
acostumbrado y he aprendido a quererlos por igual. Durante los días
auspicios, Anubis puede salir del cuerpo de Walt (sin que esto le mate) y
pasearse por los cementerios o lugares asociados a la muerte.
Técnicamente no podría, puesto que con la destrucción de Apofis todos
los dioses fueron confinados a la Duat y no pueden vagar por el mundo de
los humanos. No obstante, él lo ha conseguido. No sé cómo porque nunca
me lo ha querido contar. Pero no me importa porque está aquí. Conmigo.
Se para un instante delante de mi y coge mi mano, apretándola
cariñosamente. De inmediato pierdo la respiración. Otra vez. Seguimos
caminando en silencio. No tenemos nada que decirnos y he aprendido a
apreciar cada momento que paso a su lado, por pequeño que sea. Hoy el
día es solo nuestro. Me indica que me siente en un banco de piedra. Está
en el centro del cementerio, con una fuente a unos metros más allá que
nos arrulla con el sonido del agua cayendo. Me quedo mirando el agua
fluir, sintiendo el reconfortante tacto de su mano sobre la mía.
-Sadie. -pronuncia mi nombre como una caricia y mi corazón se encoge cuando me giro. Sus ojos están fijos en mi.
-¿Vas a disculparte ya por el susto y por llamarme irritante? -frunzo el
ceño y le devuelvo la mirada. Suelta una carcajada y varios mechones
negros caen desordenados por su frente. Aguanto el impulso de
retirarlos.
-No pienso disculparme por un hecho más que probado. -su sonrisa da un
vuelco a mi corazón. Normal que sea el dios de los funerales, me mata
cada vez que lo hace. -Pero quiero enseñarte algo.
Hace un gesto con su mano libre y me recorre una ola de placer al saber
que no quiere soltar la mía. Dibuja unos jeroglíficos en el aire de
color dorado que flotan delante de nosotros unos segundos, hasta luego
desaparecer. Miro a todos lados esperando a que suceda algo, pero nada
ocurre.
-Anubis, ¿que...? -dejo la frase a medias cuando una sombra negra trota a
nuestra posición. Según se acerca, me doy cuenta de que esa sombra es
un precioso chacal azabache. Cuando llega a mi lado, puedo observarle
mejor. Su tamaño es poco más grande que mis pies juntos y sus adorables y
enormes orejas están alzadas y expectantes.
-Este pequeñín -se inclina y lo coge entre sus brazos. El chacal emite
una especie de ronroneo-, será tu acompañante a partir de ahora. Apenas
es un cachorro pero desciende de mis mejores chacales. He pensado que te
gustaría tener algo que te recordara directamente a mi y que, a la par,
pudiera protegerte. Además, está muy relacionado conmigo por lo que
sería como tenernos a Walt y a mi en dos cuerpos distintos.
Miro alternativamente al zorrito del desierto y a Anubis. El dios me lo
pasa y lo cojo temerosa. El chacal me lame la cara y me hace cosquillas.
Mi amplia sonrisa es inmediata y parece ser que le caigo bien. Se hace
un ovillo en mi regazo y observa todo con curiosidad desde su posición.
Rasco su lomo y de nuevo ronronea.
-¡Es precioso! Aunque no sé si se llevará bien con Tarta. Espero que no
la líen mucho por casa. -Anubis me mira con expresión feliz y verle así
es una de las mejores cosas que puedo desear. -Gracias. -digo de
corazón.
-Feliz aniversario. -se acerca a mi y deja sus labios a escasos
centímetros de mi cara. -Sé que fue hace unos días pero bueno, no he
podido venir antes -bromea.
Hace exactamente cinco días se cumplieron dos años de la primera vez que nos vimos. Se acuerda. Anubis se acuerda.
Por motivos desconocidos, siento necesidad de llorar. Yo. Sadie.
Llorando. Já. En esta ocasión, soy yo la que me lanzo a besarle.
Estúpido, sensual y perfecto dios de los muertos.
-Sadie Kane. -susurra aún pegado a mi. Le obligaría a decir así mi
nombre durante eones. -Te quiero. -es la primera vez que me lo dice. Es
la primera vez que lo escucho de él. Oh, por Isis, voy a llorar de verdad. El chacal lame mis dedos y eso me ofrece una distracción.
-¿Aunque no haya forma de callarme y sea más terca que una mula? -contraataco.
-Creo que ya hemos acordado tácitamente cómo puedo evitar eso. -su pulgar roza mi mejilla y me vuelve a besar.
Maldita sea. Sí. Ya hemos acordado como narices solucionar eso. Y amo esa solución.
¡¿No es precioso?! ¡¡Yo me enamoré nuevamente de Anubis!!
-corto y cambio-
Ay, jo, jo, JO, GRACIAS *^* Me alegra que te reenamoraras de él, porque esa fue mi sensación al terminar de escribirlo. Eso y que quiero un chacal xDDD
ResponderEliminarUn beso <3
Ahora que lo he podido leer esto me parece precioso. Me he enamorado de la foto <3, ¡y de Anubis!
ResponderEliminar¿Habrá segunda ronda? Yo intentaré estar más activa.
Me paso por aquí para nominarte al premio LIEBSTER AWARD. Un beso.
ResponderEliminarUna buena lectura felicidades
ResponderEliminarHola, buen relato me quedo por aqui siguiendote te invito a pasar por mi blog, besos:)
ResponderEliminarhttp://estoyentrepaginas.blogspot.com.es/
Guau guau es todo lo que puedo decir :D
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